Aprovechar la luz natural sin perder calor en casa

Cuando me mudé a Melide hace unos años, lo primero que me enamoró de esta tierra fue la luz; esa claridad que se cuela por las ventanas incluso en los días más grises del invierno gallego, como si el sol quisiera recordarte que sigue ahí, aunque esté escondido detrás de nubes gordas y pesadas. Pero claro, con esa luz viene el frío, y en una casa vieja como la mía, mantener el calor dentro era una batalla perdida hasta que descubrí la maravilla de la ventana corredera aluminio Melide. Estas ventanas se han vuelto la estrella del pueblo, y no es para menos: son resistentes como el granito de las casas de aquí, aíslan como si tuvieras un jersey gordo puesto en las paredes y, encima, dejan que esa luz tan preciosa inunde cada rincón sin que te congeles en el intento. Mi vecino Manolo, que lleva toda la vida en Melide, me decía que antes las ventanas eran de madera que se hinchaba con la humedad, pero ahora, con el aluminio, es como si hubiéramos dado un salto al futuro sin perder el encanto de lo de siempre.

La gran ventaja de la ventana corredera aluminio Melide es que te da lo mejor de dos mundos: practicidad y aislamiento, algo que en este clima húmedo y variable se agradece un montón. En mi caso, puse unas en el salón que tienen rotura de puente térmico, que suena a cosa de ingenieros espaciales, pero básicamente significa que hay una barrera de material entre el aluminio del interior y el del exterior para que el frío no se cuele como un invitado no deseado. Antes, con las ventanas viejas, sentía el aire helado cada vez que me sentaba cerca del cristal, pero ahora puedo estar leyendo un libro con una taza de café mientras miro el jardín y no noto ni un soplo de ese viento traicionero que sopla desde el monte. Además, el aluminio es duro como una roca, no se oxida aunque llueva a cántaros –que aquí es casi un deporte local–, y no tienes que estar pintándolo cada dos por tres como pasaba con las de madera que mi abuela tenía en su casa de aldea.

Los sistemas de apertura son otro tema que me tiene fascinado, porque con las correderas no te complicas la vida ni invades el espacio de dentro, algo que en mi cocina pequeña es una bendición. Las mías se deslizan suaves como la mantequilla sobre una rebanada de pan caliente, gracias a unos rodamientos que parecen de lujo, y no tienes que abrirlas del todo si solo quieres un poco de aire; con deslizarlas un cachito ya ventilas sin que el calor se escape como si hubieras dejado la puerta abierta de par en par. Mi amigo Xosé, que vive cerca de la plaza, optó por unas correderas con hojas grandes y me cuenta que hasta escucha menos el ruido de los coches, porque el vidrio doble que le pusieron es como un muro contra el jaleo de fuera. Hay quien prefiere las oscilobatientes, que se abren hacia dentro o se inclinan desde arriba, pero yo soy team corredera total: no hay obstáculos dentro de casa, y si quiero limpiarlas, solo tengo que sacar las hojas con un movimiento que parece de magia.

Elegir el modelo perfecto es como buscar pareja: tiene que encajar contigo y con lo que necesitas, pero también con el estilo de tu casa para que no desentone como un pulpo en un garaje. En Melide, donde las casas tienen esa mezcla de piedra antigua y algún toque moderno, me tiré un buen rato mirando catálogos en una carpintería local hasta que di con unas en gris antracita que quedan de muerte con mi fachada; el color oscuro le da un aire elegante pero sin pasarse de sofisticado, y el vidrio bajo emisivo que elegí hace que el calor se quede dentro como si tuviera un abrazo constante. Mi cuñada, que es más de blanco clásico, se pilló unas con perfiles finos que dejan entrar aún más luz, y dice que su salón parece más grande solo por eso. Lo importante es fijarse en el grosor del cristal –cuanto más, mejor aísla– y en que tengan buenos herrajes, porque de nada sirve una ventana bonita si luego se atasca como mi vieja bicicleta en un charco.

Cada vez que abro mis ventanas y veo cómo el sol baña el suelo sin que entre el frío, pienso en lo bien que encajan estas correderas en la vida de Melide. Son como un guiño a nuestra manera de ser: prácticas, resistentes y con ese punto de belleza sencilla que no necesita alardear. Entre el aislamiento que te salva la factura de la calefacción y esa luz que te levanta el ánimo, la ventana corredera aluminio Melide es un acierto que no me canso de disfrutar.