Cada primavera se ofician miles de comuniones en España. Con motivo de este sacramento, surge la necesidad de comprar trajes de comunión para niños, reservar fincas para su celebración y asumir otros gastos, que guardan escasa relación con el origen sencillo de esta fiesta simbólica: la última cena de Jesús de Nazaret.
En concreto, este episodio de la vida de Cristo, tantas veces representado en la historia del arte, expone el reparto del pan y del vino entre los apóstoles, simbolizando con ello el cuerpo y la sangre que derramaría el Mesías en su posterior sacrificio.
Este hecho fundamental recibió un eco tardío en la Iglesia Católica, que hasta el siglo XIII no fue reconocido como sacramento formal. En sentido estricto, la Primera Comunión se produjo durante aquel periodo y ha quedado recogida en el Primer Concilio Lateranense, donde se especificó que la edad de los comulgantes sería de doce a catorce años, si bien se modificaría con la evolución de los usos y costumbres, situándose hoy en el rango de los siete a los ocho años.
Esta ceremonia pionera no alcanzaría una significación notable hasta siglos posteriores, e incluso sufriría un decaimiento durante la época medieval, hasta el siglo XX, cuando la tradición católica restauró esta celebración, donde los pequeños comulgantes reciben la gracia divina en la Eucaristía.
La vestimenta y el ceremonial de la Primera Comunión no cobró forma completa hasta la última centuria, cuando se adoptaron rasgos inconfundibles como el traje marinero o el uso predominante del blanco para representar la inocencia y la pureza que corazón con que debe recibirse la comunión.
En el resto de países católico se agregaron matices y características propias. Claros ejemplos son el uso de cruces de madera entre los comulgantes de Suiza o el agregado de la falda escocesa a la etiqueta ceremonial en Escocia.