Ya sabéis esa frase hecha que dice “allá donde fueres, haz lo que vieres”. No es que sea yo muy fanático de las frases hechas, y esta particularmente no me gusta mucho, aunque sé a lo que se refiere, y en muchos casos así es, sobre todo en aspectos prácticos. Si se trata de comportamiento, ya es otra historia, siempre, claro, que no ofendamos a nadie. Pero en este caso quiero hablar de un aspecto muy práctico: las sombrillas.
De donde yo vengo, la sombrilla no es un artículo esencial. En el norte, el sol no suele pegar tanto como en el sur o el Mediterráneo y yo rara vez he usado sombrilla en la playa, teniendo en cuenta, además, que no soy de los que disfruta pasando todo el día allí. Me gusta más bien ir por las mañanas y antes de comer volver a casa. Y como me gusta ir ligero de “equipaje” pues tampoco soy de cargar con muchos bártulos.
Pero en el sur es otra historia. Y cuando fui de viaje a pasar una semana en la playa, después de muchos años de no estar por esos lares me fijé en que todo el mundo tenía una base sombrilla, además de la propia sombrilla. E ingenuo de mí me dije: ¿qué será eso que ponen todos? Yo no lo pongo, que me gusta llevar la contraria.
Al no usar casi nunca sombrilla nunca estuve muy pendiente del viento, algo que suele ser habitual en muchas playas. A medida que pasaba la mañana, en aquella playa se empezó a levantar un viento considerable, hasta que pasó lo que tenía que pasar. Mi sombrilla salió volando. Y ojo con las sombrillas voladoras porque puede ser un objeto peligroso por la barra y la forma en pico del extremo que se clava en la arena… o en la base sombrilla.
Como soy de esos que tropieza un par de veces en la misma piedra, volví a colocar la sombrilla sin base en la arena, pero esta vez me quedé al acecho, ojo avizor, por si acaso, porque ya me temía lo peor. Y así fue, pero esta vez no tuve que salir corriendo por toda la playa. La cerré, la guardé y me apunté mentalmente la tarea: comprar ese artilugio que todo el mundo menos yo tenía en la playa.