Todo comenzó en un soleado sábado por la mañana cuando decidí explorar Padrón, una encantadora localidad gallega conocida por su historia y su gastronomía. Conduje con entusiasmo por las carreteras serpenteantes, disfrutando del paisaje, hasta que, de repente, mi coche decidió que era el momento perfecto para averiarse. Allí estaba yo, recién llegado a Padrón, varado en una carretera desconocida, con un coche que no quería arrancar.
Después de intentar en vano revivir el motor, llamé a la grúa y me resigné a esperar su llegada. Mientras esperaba, me di cuenta de que tenía hambre. No conocía mucho sobre donde comer en Padrón, así que pensé que sería una buena oportunidad para descubrir la gastronomía local. Me dirigí hacia el centro del pueblo con la esperanza de encontrar un lugar acogedor donde calmar mi creciente apetito.
Paseando por las estrechas y pintorescas calles, me di cuenta de que no tenía ni idea de dónde comer en Padrón. Había varios lugares, pero ¿Cuál elegir? Finalmente, me decidí por un pequeño restaurante que tenía un cartel pintoresco y una terraza acogedora. Al entrar, me recibieron con una sonrisa y me invitaron a sentarme en una mesa junto a la ventana.
El camarero se acercó y, viendo mi expresión de confusión, me ofreció la carta con una explicación detallada. Decidí probar algo típico y le pedí recomendaciones. Con una sonrisa, sugirió los famosos pimientos de Padrón, y no pude resistirme. Ordené una ración de pimientos junto con un plato de pulpo a la gallega, otro clásico de la cocina gallega. Mientras esperaba mi comida, no pude evitar notar el ambiente cálido y familiar del lugar. Las paredes estaban decoradas con fotografías antiguas de Padrón, y el murmullo de las conversaciones en gallego creaba una atmósfera encantadora.
Los pimientos llegaron rápidamente, y con la primera mordida, entendí por qué eran tan famosos. La mayoría eran suaves y deliciosos, pero de repente, uno de ellos resultó ser sorprendentemente picante. Mis ojos se llenaron de lágrimas, pero no pude evitar reírme. El camarero, al ver mi reacción, me trajo un vaso de agua y me dijo en tono de broma que había tenido suerte, ya que solo unos pocos son realmente picantes.
El pulpo a la gallega que siguió fue igual de espectacular. Cocido a la perfección, tierno y sazonado con pimentón, sal y un buen chorro de aceite de oliva. Cada bocado era una delicia, y me di cuenta de que había encontrado un tesoro culinario por casualidad. Mientras disfrutaba de mi comida, comencé a conversar con los lugareños en las mesas cercanas, quienes me dieron más consejos sobre dónde comer en Padrón y qué platos no debía perderme durante mi estancia.
Con el estómago lleno y una sonrisa en el rostro, salí del restaurante justo cuando la grúa llegó con mi coche. El mecánico, un hombre afable con un fuerte acento gallego, me aseguró que podría reparar el coche rápidamente. Aprovechando el tiempo, decidí seguir explorando el pueblo a pie. Visité la Iglesia de Santiago y paseé por los jardines del Jardín Botánico-Artístico, ambos lugares recomendados por mis nuevos amigos del restaurante.
Cuando volví, el coche estaba listo, y el mecánico me explicó que solo era un problema menor con la batería. Agradecido, me despedí y emprendí el camino de regreso a casa, satisfecho por haber convertido un problema inoportuno en una aventura gastronómica inolvidable.
El viaje a Padrón, que comenzó con una avería molesta, terminó siendo una experiencia llena de sabor y hospitalidad gallega. Descubrir dónde comer en Padrón, desde los pimientos hasta el pulpo, me permitió apreciar la riqueza culinaria de este rincón de Galicia y me dejó con el deseo de volver para seguir explorando. A veces, las mejores aventuras comienzan con un pequeño contratiempo.