Mi madre ha venido a pasar una temporada en casa para ayudarnos con el niño. Vivimos lejos y, de vez en cuando, agradecemos que venga alguien a ayudarnos porque conciliar vida laboral y familiar es muy cansado. Pero claro, no todo es coser y cantar cuando viene un familiar. No se trata de una visita de unas horas, sino que debemos convivir bastantes días. Y ni yo tengo 15 años ni ella 40. Hemos envejecido y eso nota, para lo bueno y para lo menos bueno.
Mi madre suele decir lo que piensa. “Yo solo digo mi opinión, luego vosotros podéis hacer lo que queráis”, suele decir. La cuestión es que no siempre se le pide su opinión. Y si alguien da su opinión si habérsela pedido puede molestar, ¿o no?
Mi madre tiene un concepto de la decoración muy particular: muy a la antigua usanza. A ella le encanta que todo esté lleno de fotos, que no quede ni un milímetro sin ocupar: un florero por aquí, una figurita de porcelana por allá. Y a mí eso no me gusta nada. Ella tampoco entiende lo de los estores de casa. Está acostumbrada a sus cortinas de ganchillo y esto del estor screen moderno no lo pilla todavía. Y lo dice, claro, porque lo de callarse no va con ella. Pero bien, todo bien…
Eso sí, cuando tiene razón, tiene razón. Fue ella la que se dio cuenta de que uno de los estores no estaba bien y estaba a punto de caer. Ni nos habíamos dado cuenta y nos libramos de cambiarlo todo. Tan solo con una pequeña pieza y listo. Y fue ella la que nos cambió el programa de la lavadora que estábamos usando mal. Y fue ella la que nos cambió la alimentación que tampoco estábamos muy bien en esa parcela.
Aunque no entienda lo del estor screen y la decoración de nuestra casa le resulte ridícula, mi madre sabe mucho de muchas cosas. Y nos ayuda un montón con el niño. Supongo que la echaremos de menos cuando se vaya: al menos a la hora de comer…